miércoles, 20 de enero de 2010

LA MÁQUINA DE DIOS








LA MÁQUINA DE DIOS

En estas últimas semanas asistimos a los primeros pasos del funcionamiento de la que algunos han llamado “La Máquina de Dios”. Se trata de un túnel de 27 km de largo, excavado entre 50 y 175 metros de profundidad y situado cerca de Ginebra en la sede de CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), donde los científicos esperar recrear en miniatura las condiciones en las que se originó el universo. Allí se producen haces de millones de protones que giran a velocidades increíbles empujados por fuerzas electromagnéticas, para que choquen entre sí y produzcan un mini “big-bang”, el acontecimiento que según las teorías más avanzadas dio lugar al origen del Universo. Varios puntos de observación registrarán los fenómenos que se produzcan a nivel corpuscular y servirán para despejar incógnitas como la existencia real del “bosón de Higgs”, una partícula elemental teórica cuya existencia es simplemente una predicción del modelo estándar de la física de partículas. Más de 7.000 científicos han colaborado en 12 años de trabajo con un coste de 4.000 millones de €.

Todo este esfuerzo humano y tecnológico para intentar de nuevo crear las condiciones iniciales de la existencia del espacio-tiempo, y por tanto por extensión, con la creación de la vida.
Permitidme pues una reflexión sobre esta capacidad de los hombres: decíamos ayer que la ciencia sirve para objetivar la realidad natural, para poder medirla y comprenderla, y entender así el mundo que nos rodea. Pero la ambición humana persigue un objetivo último: lograr manipularla y modificarla. Cuando estas habilidades se vuelcan en la búsqueda del bienestar estamos ante el progreso de la civilización; cuando se orientan a la destrucción, sacamos el demonio que tenemos dentro para crear bombas atómicas.


Así pues hay una atracción en la condición humana por llegar a ser Dios, el benefactor o el castigador. El dilema que se nos plantea es que es mucho más fácil destruir que crear y el ser humano en general prefiere lo simple a lo complejo. Así que tenemos mucho más fácil ser demonios que ángeles.

Por eso la visión científica de aquellos que se plantean retos en la búsqueda del bien de la humanidad les da una categoría casi heroica, luchando muchas veces contra las dificultades de financiación que tienen sus proyectos ya que no se traducen en beneficios inmediatos sino que necesitan un tiempo para desarrollarse y el éxito no está garantizado. Hoy el CERN es un centro absolutamente reconocido y apoyado por fondos públicos de numerosos países. Ese prestigio se la ha ganado a pulso, pues allí nació de la mano de algunos físicos el germen de la “world wide web”, que hoy es la herramienta que está revolucionando el mundo. Por eso querido lector estamos en contacto hoy a través de la pantalla del ordenador y somos capaces de intercambiar a través de la red conocimientos y emociones.

Así que permíteme afirmar que la ciencia es, tanto en su elaboración como en su finalidad, un arte sublime.